Día 2 de julio, el despertador nos canta a las 6 de la mañana, entre desayunar y recoger campamento, nos ponemos en marcha una hora más tarde.
Bordeando el Ibón y tras un pequeño contacto con el hielo del glaciar, empezamos a ascender por un lomo pedregoso, se me antoja la espalda de un dragón gigantesco, es la morrena lateral derecha (orográfica) del glaciar de Coronas. Grandes bloques de granito parecen las lágrimas petreas derramadas por el gigante Aneto por cuya espalda nos movemos desafiandolo. Al final de este camino tortuoso y empezando ya la nieve, no hay más remedio que calzarse crampones y sacar el piolet de la mochila, una nueva experiencia para casi todo el grupo. Ahora la subida ya es por hielo-nieve, la verdad es que los pinchos que llevamos en los pies, dan bastante seguridad, de no ser por ellos, la subida (que cada vez es más empinada) sería harto dificultosa.
Por fin llegamos al collado (
Después de un buen trecho por nieve, llegamos a la cima anterior, allí dejamos las mochilas algunos para disponernos a cruzar el “paso de Mahoma”, un estrecho desfiladero de bloques planos por el que hay que cruzar para llegar a la cumbre, con dos patios a ambos lados que dan bastante respeto (que cojones, en mi caso la palabra fue “canguelo”). Como todavía no había llegado demasiada gente, pronto nos toca el turno de cruzarlo (habéis oído bien, hay que guardar turno para no cruzarse los que van con los que vienen). Pegados a nosotros se juntan unos franceses encordados que se la trae floja lo de los turnos y no respetan que hay gente esperando para volver, en fin “alonsenfantsdelapatriehijosdeputa” como diría Pérez Reverte.
Y llegamos… si señores… misión cumplida, estamos en la cruz, en la cima del segundo monte de la península, a
¡Ay amigos!, nos faltaba bajar… que no era poco. Y fieles a nuestras costumbres, tampoco queremos hacerlo por donde todo el mundo (Renclusa), sino por medio del glaciar Aneto buscando bajar al “pla de Aigualluts”. El comienzo fue apasionante, íbamos a cruzar todo el glaciar con crampones y piolet para buscar un ramal hasta topar con la morrena frontal, empezamos la andadura (si, esa es la palabra… anda-dura), a los diez minutos todo seguía siendo bonito, a la media hora ya no gustaba tanto, a la hora de pisar nieve nos cagábamos en la madre que parió al glaciar y a su p.m.
Por fin terminó la nieve, y topamos con el caos de piedra de la morrena, lo mismo: los primeros diez minutos, “que chulo, parece un paisaje lunar”,… a la media hora “joder con las piedrecitas”… a la hora de saltar como cabras de pedrusco en pedrusco “la p. madre que parió a la morrena y a su almorrana”.
Pero como todo acaba, también las piedras terminaron, y comenzó una senda de tierra muy bien marcada, con hierbecita y flores alrededor, pero empinada hacia abajo en picado como un camino al infierno: diez primeros minutos “ta chula la senda… que bonito el arroyo… mira que flores y que helechos tan curiosos…” a la media hora: “jodida sendita… mis piernas no me responden”… a la hora: “ostia con la puta senda, dónde carajo está el valle… hasta los huevos de bajar… ¡Dios mis cuádriceps!”
Y POR FIN (ahora sí) llegamos al valle, al “Plá de Aigualluts”, un fantástico prado cruzado por un río de aguas cristalinas con una cascada preciosa, y lo más curioso, poco después de la cascada, el río es engullido por una sima y desaparece contra una pared, como por arte de magia, se hizo un estudio echando un tinte al agua para ver dónde aparecía, y resurge en “
Al llegar al mencionado río, hubo que descalzarse para vadearlo, el agua mordía de frío, pero la verdad es que recompuso un poco nuestras maltrechas piernas, la bajada nos había pasado bastante factura (bueno, y la subida de la mañana y la del día anterior, y los barrancos de los dos días precedentes… en fin un buen trote)
Solo nos restaba un agradable paseo por senda llana hasta “